Otro autobús de migrantes llegó a la residencia de Kamala Harris, la mayoría son venezolanos

Carlos Ramiro Chacín
Por Carlos Ramiro Chacín 4 Min de Lectura
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Un nuevo autobús con 41 migrantes llegó la madrugada de este jueves a Washington desde Texas, a las puertas de la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris.

Un total de 11 niños y 30 adultos, la mayoría procedentes de Venezuela, llegaron a las 6.15 hora locla (10.15 GMT) al Observatorio Naval, la residencia oficial de Harris. Los migrantes arribaron en un autobús enviado por el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott.

Exhaustos, con poca ropa pese al frío matutino y con chancletas de plástico (al llegar a Estados Unidos les quitan los zapatos), descendieron del autobús sin saber bien lo que les espera.

Dos noches y un día, 36 horas de viaje, es lo que tardaron en llegar a la capital estadounidense, en uno más de los traslados que Abbott y otros gobernadores republicanos llevan promoviendo desde abril pasado para protestar por la política migratoria de Joe Biden.

MIGRANTES LLEGAN EN AVIONES Y AUTOBUSES

En autobuses o incluso en aviones, trasladan a los inmigrantes desde sus estados hasta ciudades gobernadas por demócratas como Nueva York y Washington. El objetivo de los líderes republicanos es protestar por la política migratoria del presidente Joe Biden.

A bordo del bus que llegó esta madrugada viajaban Rocío y su marido, con sus dos hijos, de 18 meses y 5 años. Son originarios de Barquisimeto y dejaron a otro niño más mayor con la madre de ella, cuentan a la agencia EFE.

Tardaron dos meses y medio en llegar a Estados Unidos y «por la ayuda de Dios» no sufrieron ningún traspié de los que cuentan miles de migrantes que viajan cada día y sufren robos, palizas, violaciones, extorsiones o secuestros. «Solo en México nos fue mal, los de Migración nos agarraron varias veces y nos hicieron retroceder parte del camino«, cuenta Rocío.

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Decenas de miles de venezolanos cruzaron la selva del Darién para llegar a Estados Unidos. Foto: cortesía

De lo más duro, explica su esposo, fue cruzar la selva del Darién, donde «muchos niños morían». También el dormir en la calle con los dos pequeños. aron, como la mayoría de los que viajan, por la situación actual de Venezuela, puesto que «no hay comida ni trabajo».

Una vez los migrantes llegar al refugio, son apoyados por los programas de asistencia de las autoridades locales. Así pues, facilitan el comienzo de una de las partes más complejas del viaje: sostenerse económicamente.

Rocío y su marido nada les quita hoy las caras de ilusión al ver «lo bonito que es Estados Unidos». Por tanto, confían poder seguir repitiendo una frase a la que se aferran: «Gracias a dios, todas las puertas se nos abrieron grandes».

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